Todo niño/a nace y se desarrolla en un contexto, con unos factores que van configurando su vida. La familia es la primera institución que influye en la vida del niño/a, el cual a su vez estará condicionado por factores económicos, políticos, sociales y culturales. Otra de esas instituciones es la escuela, la cual llegará en un momento concreto de la vida del niño/a y ejercerá su función social. Más tarde aparecen los amigos, el grupo de iguales, agentes que adquirirán un papel muy importante al entrar en la adolescencia. Y este recorrido va configurando su personalidad individual y social. Las diferentes circunstancias y situaciones de cada uno contribuirán a la creación de zonas de exclusión, zonas de vulnerabilidad y zonas de integración, según se sitúe la persona y su vida, sus proyectos de inserción social y personal tendrán distintos matices.
Muchos adolescentes, cuya historia social, personal y familiar ha configurado un proceso de socialización que no ha favorecido su desarrollo, se encuentran en las zonas de exclusión. Otros chicos/as tiemblan en la cuerda floja, en una situación vital muy vulnerable, con un presente lleno de riesgos y un futuro incierto. Y dado el modelo social que vivimos en la actualidad, con un sistema social cada vez más individualista, cargado de valores consumistas y hedonistas, con un nuevo concepto de familia y otros patrones en las relaciones..., los adolescentes situados en las zonas de integración, aunque parece evidente que están en mejor posición, con más posibilidades y mejor perspectiva de futuro, no quedan al margen de una sociedad excluyente.
Nos encontramos así con unas vidas llenas de carencias y necesidades, con un proceso social que no ha cubierto sus seguridades más básicas, con un desconocimiento de los límites adecuados y necesarios para las distintas etapas vitales. Aparecen entonces adolescentes y jóvenes que no respetan las normas sociales, ya que sólo es posible entender el límite cuando ha sido establecido sobre la base de un sistema de seguridades satisfechas. ¿Cómo van a entender normas externas y van a responsabilizarse de lo ajeno cuando no son capaces de hacerlo con su propia vida?.
Si realizamos un análisis de las características de los menores considerados “inadaptados” veremos un fracaso generalizado en las etapas de socialización. Los ámbitos que conforman su vida no han aportado modelos educativos adecuados para una inserción positiva; problemas familiares, falta de referencias y modelos educativos en este entorno, padres drogadictos, sin trabajo, separados, inexistentes, pasotas, autoritarios, sin recursos económicos....; fracaso en el sistema educativo, absentismo escolar que aumenta el tiempo de calle, situaciones de riesgo, grupo de iguales en sus mismas condiciones, entornos marginales o llenos de elementos desestructurantes, factores que poco a poco les van acercando a situaciones que les harán entrar en el proceso exclusor de su propia persona y de su relación con la sociedad. Ante todas estas situaciones problemáticas el adolescente que no ha nacido y no se ha desarrollado en un clima de seguridad, afecto, comunicación, límites, presencia positiva de figuras adultas... verá llamar a su puerta numerosos atractivos a los que no podrá resistirse, ofertas que llenarán todos los vacíos que tiene en su interior, aunque aparentemente no sea consciente de ello.
Así empieza una carrera hacia la transgresión de la norma social, una imposición que el adolescente incumple porque no la entiende, no la siente, no la relaciona con su vida, más aún cuando no es capaz de entender su situación ni elaborar un discurso con perspectiva de futuro. Como lo que vale es lo que ahora quieren o necesitan, el fin que guiará sus actos estará encaminado a conseguir esos resultados que le satisfagan inmediatamente. Basta analizar el comportamiento de un niño pequeño que cuando quiere algo, lo quiere ya, sin importarle las consecuencias, porque no piensa en ellas: no las siente como un posible problema, sólo tiene clara la meta que persigue. Estos chicos manifiestan este comportamiento infantil, fruto de la carencia del aprendizaje de la madurez y la autonomía.
Dentro de este proceso de exclusión juega un papel muy importante el consumo problemático de determinadas drogas, totalmente instauradas en las vidas de estos chicos que pasan la mayor parte del tiempo en la calle sobreviviendo: el día a día está enmarcado con el humo de un porro, no entienden sus actividades, sus momentos de grupo, sus sueños y deseos sin la presencia del hachís. Esta droga es un elemento inseparable del grupo en una relación variada: consumo individual y grupal, venta de pequeñas cantidades con el fin de reinvertir en una nueva compra de la sustancia o en la adquición de alguna de las prendas de moda que ciegan y colman sus aspiraciones. Esta compra de hachís o de otras sustancias también conlleva sus rituales y rutinas de movimiento, búsqueda, contactos...... En esta dinámica están ellos solos, no hay unas figuras adultas que aporten su presencia, su apoyo, su escucha. La calle llega a ocupar la mayor parte de su tiempo: ni familia, ni escuela, ni trabajo...nada.
En la cadena de exclusión social existe un colectivo de adolescentes en riesgo, que interiorizan un estilo de vida, el cual puede llevarles al extremo de las transgresiones, el delito, al mismo tiempo, que llega la estigmatización, el prejuicio social: “son chicos que se drogan, con pintas sospechosas, que atentan contra la seguridad de la sociedad, contra la tranquilidad de la comunidad”. Los ciudadanos, por miedo al aumento de la delincuencia, piden medidas de control y represión para recuperar la calma social.
Los padres de adolescentes en zonas de integración o adaptación se forman su propia película de la historia, o más bien la que a través de distintos mensajes se ha querido crear en ellos, convirtiendo así a los menores “inadaptados” (aunque son los que mejor se adaptan porque no tienen otro remedio ante la falta de apoyos) en chivos expiatorios de los problemas que afectan a la sociedad: la droga, la delincuencia, la inseguridad ciudadana... Estos menores llegan a convertirse en auténticas figuras sobre las que se echan las culpas: se les considera un “estorbo” en los institutos interrumpiendo los procesos sociales y personales de los “demás” chicos/as, son modelos negativos, malas compañías, seres peligrosos... El discurso social se concreta en el eje adolescente inadaptado-calle-drogas-delito, aunque la dirección entre drogas y delito puede ser a la inversa, ya que al delito de un menor sigue una respuesta judicial, lo cual implica ahondar aún más en su proceso de exclusión, y provoca una situación más cercana a una drogadicción o un delito mayor. La droga cobra entonces una importancia especial, considerada en la investigación llevada a cabo como una de las posibles causas que pudieron contribuir a la conducta que desencadenó y le llevó a cometer la falta o el delito por el que posteriormente va a ser juzgado.
En toda esta compleja situación cobran un papel muy importante las figuras adultas que se mueven en la vida del chico, que sirven de referencia estable, que aportan presencia, escucha, compañía, afecto, atención, apoyo, consejo, límites,... En unos casos serán las familias las que deban estar ahí. En otros, entrarán en juego profesionales como los educadores sociales que aportan comprensión, y afecto, acompañado de la orientación, la presencia. El educador social es una figura que conoce bien en qué contexto o zona se encuentra (exclusión, vulnerabilidad e integración), y en cada una de ellas despliega unas estrategias específicas. En unas ocasiones su intervención está más encaminada a formar a los padres de adolescentes, a ayudarles a saber relacionarse con su hijo, y a ayudarle a entender la realidad de este (adolescencia, amigos, drogas...). En otras, la intervención es directa con los adolescentes y con sus padres, ejerciendo de mediador (también en temas concretos como puede ser el consumo, pero lo más positivo será una actuación más integral que trate las drogas como contendio transversal). Y en otras, el educador social dirige su intervención, dentro de las zonas de exclusión, hacia los adolescentes sin familia o con familias multiproblemáticas, con las que no puede plantearse mucho trabajo educativo, por lo que desarrollará una acción directa con el chico como guía y orientador de su proceso de desarrollo personal y social. En este último caso, como las drogas suelen tener una presencia más habitual, no reducida a los fines de semana, el educador tendrá que conocer al chico, su situación, sus problemas, sus intereses, aspiraciones, su formación, sus deseos..., para ayudarle a desarrollar estrategias y habilidades que le permitan integrarse en la sociedad, ocupando su tiempo en espacios y actividades de provecho, disminuyendo los momentos de riesgo, la inactividad y la apatía, generando en él expectativas, ilusiones, trabajando sus potencialidades, su autoestima. El tema de los consumos se trabaja de forma integral, a partir de conversaciones espontáneas que se originan cuando el clima es de confianza y cercanía, fundadas en realidades y no en frases hechas que un chico/a te puede decir si le sometes a un cuestionario o aparecen en fichas didácticas para dejar de fumar, beber... y conocer los efectos negativos de tal uso o abuso. A partir de esas conversaciones el educador valora qué tipo de orientación debe seguir en su estrategia de intervención, ya que su función principal es orientar el proceso de desarrollo del chico, más aún cuando éste no ha vivido de forma adecuada las diferentes etapas de su vida. Se parte de la realidad, no de fórmulas idealistas y teóricas. Por supuesto, el educador desea que el adolescente no consuma nada que le pueda perjudicar, pero hay que saber ser flexibles y acertar en las formas para llegar a canalizar esos deseos y actos. De nada sirce subirnos al barco de los discursos tajantes del “no a las drogas” sino no somos capaces de estimular nuevos horizontes en los chicos y ofrecerles alternativas de futuro.
La ley judicial prioriza la responsabilidad penal así como la sociedad antepone el discurso represivo ante las drogas y el no como respuesta. Pero si profundizáramos más en las verdaderas vías para la búsqueda de soluciones y para la creación de procesos de desarrollo social y personal en los/as chicos/as, la ley judicial debería priorizar la responsabilidad personal (el trabajo hacia la madurez y la reflexión para entender la propia vida y consecuentemente responsabilizarse de los actos cometidos), y la sociedad anteponer un discurso preventivo y educativo que intente entender el problema de los menores en toda su complejidad, que luche por la satisfacción básica de las necesidades de todo niño/a desde las primeras etapas de su vida,. que genere espacios de crecimientos.
Firmado: Pilar Viadero
Educadora Social, Santander |